miércoles, 11 de julio de 2007

Presentación del número 2 de la revista, en el Centro Cultural Atrio,

René Roquet

Unos meses atrás, Yuri, de forma misteriosa, se puso en contacto conmigo, a través de mi esposa. Ella me dijo: “Oye, René, ve tu correo electrónico porque Yuri te va a escribir”. “Y no te dijo para qué”, le respondí. Ella me contestó “No, que veas tu correo”. Bueno, entré a Internet y ahí estaba un mensaje.

Leí el primer renglón: “Quiero hacer una revista literaria”. Zas. Mil dificultades pasaron por mi mente. Por ejemplo: México es uno de los países que más revistas publica en el mundo, pero así como las saca a la luz, las manda de inmediato a la sombra porque hay problemas de difusión, comercialización, derechos de autor, falta de anunciantes y una larga lista de obstáculos.

“Y quiero que sea literaria”, remata. Me llevé las manos a la cabeza. Hay pocos lectores, no hay financiamiento, hay que pensar en los colaboradores fijos, en las secciones; se debe plantear una línea editorial coherente, buscar el lenguaje plástico adecuado al perfil de la revista; encontrar al público lector. Y todo esto, todos estos dolores de cabeza, sin remuneración, porque nadie quiere invertir un peso en revistas de literatura y pocos la compran.
Sin embargo, seguí leyendo el correo, y me enteré que la publicación se iba llamar El Perro. Eso me gustó. También su línea editorial. Los alcances que leí desarmaron todas mis objeciones anteriores. El Perro, como lo describió Yuri, era una mascota bien pensada y nada mansa.

Pasaron un par de meses y Yuri me marcó al celular. Otra vez su actitud era un poco misteriosa, sondeando si sabía quien era el que hablaba. Me comentó que ya estaba el número uno de la revista. Me di una vuelta por su casa y la tomé. De primera instancia me llamó la atención su diseño sencillo, limpio, casi académico. Si no hubiera descubierto los datos del ejemplar en el forro y el directorio en un rincón de la página cuatro, hubiera pasado que era clandestina. Pero lo que más me llamó la atención fue la viñeta del perro que ladra, ¿o que ríe?
Como me lo explicó Yuri, la revista es de pura literatura. Aquí tengo que confesar que cuando me dijo esto no se lo creí. Pero sí. Es nada más de literatura. De cuento y poesía. Quizá por eso el perro ríe: es la única imagen que puede mover la cola. Idea que, además, se agradece. Porque con la saturación de los multimedia pareciera que ya una expresión artística no pudiera vivir sin la otra; que un texto de una revista no tuviera otra opción más que dialogar forzosamente con una imagen. Creo que el contenido de un número se puede sostener con el peso y las conexiones (existentes o no) de los autores que lo conforman.

¿Pero esto es lo que define a El Perro? Me parece que su punto de partida es el salto de etapas. Es una revista que se deshace de varios intermediarios para acercar al lector con el escritor. Al no haber consejo editorial, ni corrección de estilo, la responsabilidad total del texto es del autor. Ese hecho le da una gran frescura, pues genera la ilusión de que uno se enfrenta a creaciones recientes, en proceso; a que uno está en un taller literario en donde los escritores llegan con una diversidad de salidas a sus historias y poemas, con diferentes niveles de maduración, para que entre todos se construyan nuevos procesos. Por eso, en este ejemplar de El Perro, nos encontremos con el poema Mientras caigo, de una autora experimentada, al lado de un cuento como Gente que grita, de un narrador novel, sin que haya un desequilibrio en la lectura del número uno. También podemos encontrar historias donde el deseo gira en torno a una “teibolera”, y poemas que tienen un dejo romántico expresado en un mar calmo, sin que sintamos un sin rumbo.

Aunque si algo ladra el perro es diversidad. Incluso en el origen de sus colaboradores. Fuera de Internet, son pocas las revistas que buscan poner a dialogar a escritores jóvenes de distintos países y estados. Aquí hay de Chile, Colombia y Perú, con gente del norte y centro de México. Curiosamente, también en el contenido de los textos hay pluralidad de temas y tendencias estéticas distintas. Y digo curiosamente porque Yuri me comentó que cada número de la revista iba a ser temático. En este caso, sobre otros mundos. Por alguna razón, cuando supe aquello, yo pensé que me iba a enfrentar con historias de ciencia-ficción. El único texto que se acerca a este género es el de Aztlán D.C. De ahí en adelante los otros son alteraciones, fantásticas, realistas o poéticas, de espacios concretos, sucesos vividos y no lugares. La calle puede ser el encuentro con perros que hablan; la carretera, un camino que desemboca en una vida paralela; la mesa se convierte en un matadero, y Walsingham, en el punto de encuentro con uno mismo y la agonía del amigo. Bajo esta perspectiva, el otro mundo ya no es el futuro lejano, sino la realidad y los espacios que podemos fabricar a partir de lo que tenemos ahora. Y eso para mí es un paralelo con la apuesta de El Perro: la libertad, el deseo de soltar las riendas a sus colaboradores para que ellos la modifiquen sin intermediación. Hay un deseo de no controlar el rumbo, ni su propia definición, o el mercado, las necesidades de distribución, los anunciantes, el código de barras, las imágenes, la difusión, los derechos de autor. Como para qué.

El Perro es un laboratorio que se afina en sí mismo, que se afinará de manera distinta número con número; que efectivamente busca darle un giro al propósito de la concepción de una revista. También puede ser el retorno al lo que antes significaba sacar una impresión, donde el mercado y la seducción actual de medios no tenían cabida. Me refiero a la línea más simple: poner en contacto a un escritor con su lector.

Ahí creo que se encuentra el misterio de Yuri cuando me hablaba de este proyecto. Ahí está la risa de El Perro.

No hay comentarios: